Otoño
- Alfonso Meza

- 6 dic 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 dic 2023
—Y esos de allá? — señalé al extremo derecho del patio.
—Esas rocas son esposos y las roquitas a sus lados son sus hijos. — respondía mi abuela con ternura.
El patio era enorme. Arbustos de distintos tamaños y formas, rocas colocadas meticulosamente y, en el centro del lugar, un árbol gigantesco con hojas muy verdes. Visitaba a mi abuela cada fin de semana con mi familia.
—¿Y esos arbustos? — apuntaba atrás de mi abuela
—Eran personas que se transformaron en plantas por los sollozos de un búho tuerto.
Me quedé pensativo viendo el patio. ¿Un búho tuerto?¿Y aquel árbol en medio de tu patio?
A mi abuela le brillaron los ojos y esbozó una gran sonrisa.
—Me alegra que preguntes, siéntate en el pasto mientras te cuento.
Obedecí con mucha emoción.
—Ese árbol siempre ha estado aquí. Desde antes de que esta casa fuese construida. En primavera y verano, sus hojas con forma de W resplandecen en la luz del sol, pero en otoño e invierno desaparecen sin dejar rastro. No es como los árboles comunes que mudan su follaje cuando pasa la mitad del año y las hojas van cayendo. Solo desaparecen. Todos los días, en mi niñez, veía el árbol para saber qué pasaba con sus hojas. A veces me acostaba debajo de él con un libro en mis manos mientras los rayos del sol perforaban sus ramas. Otras veces me desvelaba mirando por la ventana cómo la luna lo bañaba con su luz de plata. Cuando creía ver algún movimiento raro, o un cambio, salía corriendo descalza al patio. Pero era solo una brisa espontánea o una ardilla que jugaba entre las ramas. A la mitad del año prestaba más atención. Y en un solo parpadeo, las hojas siempre desaparecían. Le daba vueltas al árbol buscando algún indicio sin conseguir respuesta alguna…”
—¡Abuela! No te duermas.
Mis palabras la sacaron del trance.
—Perdón — dijo, tallándose los ojos con sus manos arrugadas y débiles —. ¿En qué me quedé?
—En que buscabas indicios en el árbol.
—Sí sí sí. Cierto — extendió su mano hacia un vaso de agua que se encontraba en una mesita a lado de su mecedora. Bebió un poco.
Se aclaró la garganta y siguió con su historia.
— "Las hojas del árbol desaparecieron mientras el de los otros árboles que veía en la calle se secaban y caían. Le preguntaba a mi madre qué les había pasado. Ella me respondía que no pensara en eso y que era mi imaginación. Pasaban octubre, noviembre y diciembre y el árbol seguía sin estar vestido. Al comienzo de la primavera las hojas reaparecían y no lograba entender el porqué. Unos años después lo vi…”
—¡Achuuu! — estornudé de forma estridente.
—Salud — me dijo mi abuela con una sonrisa cálida
—Gracias abue. ¿Puedes seguir por favor? ¿Qué viste?
— "Fue por un segundo. Vi que una verde brisa fugaz abrazó las ramas del árbol. Las hojas reaparecieron. Sorprendida, corrí al árbol en mi piyama y descalza. Las hojas estaban ahí. De nuevo, como si nunca se hubieran ido. Con el color de una esmeralda y sin marcas de vejez. Desde aquel momento he visto cuando las hojas se van y regresan. Ven y te digo lo que pienso que pasa.”
Intrigado me acerqué. La duda me molestaba y tener la respuesta tan cerca fue como tener miel en los labios. Con un susurro me contestó: las hojas se convierten en aves y vuelan cuando llega otoño, pero regresan en primavera.
Estaba maravillado por la historia y el descubrimiento de aquella metamorfosis estacional. Desde entonces, cada vez que iba a la casa de mi abuela, vigilaba el árbol. Cuando crecí entendí que esas historias de mi abuela eran inventadas. Mi abuela acomodaba las rocas y pedía podar los arbustos de distintas formas cada semana. Heredé la casa. Aquí escribo esta historia.
En una fría noche de septiembre. Vi cuando abrieron los ojos y estiraron sus alas para tomar vuelo y, en un solo parpadeo, desaparecieron en la brisa que anunciaba el cambio de estación.
Cuento
Alfonso Meza, Estudiante de Licenciatura en Literatura y Creación Literaria




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