Ciencia mística, 2001: Odisea espacial
- Maria Fernanda CaSot

- 13 dic 2023
- 6 Min. de lectura
Durante años se ha separado lo místico de lo racional. La ciencia y la tecnología se han convertido en el camino a la verdad y al avance. Mientras las creencias religiosas, el pensamiento mágico, el misticismo y el esoterismo han quedado colocadas en un estante de superstición y estupidez. Sin embargo, a mí parecer, la ciencia y lo espiritual están más ligadas de lo que hemos querido aceptar. Un ejemplo de cómo estos dos conocimientos, aparentemente opuestos, están entrañablemente conectados se observa en la novela de Arthur C. Clarke, 2001: Una odisea espacial.
Con este ensayo, no pretendo realzar a la religión, ni a ninguna clase de dogma, ni mucho menos hacer pasar esta obra como una novela religiosa. Es bien sabido que, a lo largo de la historia, las instituciones religiosas han funcionado más como forma de control que como camino a una espiritualidad verdadera. Simplemente, así como me parece una equivocación que durante la Inquisición se condenara a todo aquel que se interesase por la ciencia, porque era relacionado con “brujería” y asuntos diabólicos, me parece un error creer que todo aquello que no logramos encontrarle explicación “lógica” y demostrable se consideren niñerías y pérdida de tiempo. Tal vez, el error yace justamente en esa terca separación entre lo racional e irracional.
La historia que Clarke ha plasmado en esta obra empieza desde los inicios de la civilización humana, desde las especies precedentes a los humanos. Durante la primera parte de la novela, vamos caminando junto a Moon Watcher para observar cómo una especie de simios, que vive a base de sus instintos como cualquier otra especie animal, comienza a tomar un camino distinto que cambiaría por completo el porvenir del planeta. Una evolución concebida como producto de la casualidad y suerte, ¿o acaso un milagro?, ¿por intervención alienígena?, ¿o intervención divina?, ¿ambas?
Clarke especula la llegada de un objeto extraterrestre, un monolito, que le enseña a la especie de Moon Watcher conocimientos que más tarde los llevaría a encontrarse con la cacería, el poder, el ocio, el pensamiento y las emociones. Conocimientos que, al principio, mejoraron la calidad de vida, dieron paso al surgimiento del lenguaje y, milenios más tarde, llevarían al humano hasta el espacio.
Al ser la única especie en el planeta que, en efecto, cuenta con racionalidad, pensamiento complejo, lenguaje y emociones más allá del instinto, no resulta descabellado pensar que una sabiduría proveniente de otro planeta haya venido a “iluminarnos”, por decirlo de esa manera. Pero ¿no es eso lo mismo que intervención de un ser “divino”? La concepción de dioses, y/o seres espirituales como ángeles e incluso demonios, ¿no son bastante parecidos a la creencia de inteligencia alienígena? A final de cuentas, también se trata de seres no terrestres que tienen, o tuvieron en algún momento, cierta influencia y comunicación con los seres humanos. En el antiguo Egipto, por ejemplo, se le atribuía al dios Thot conocimientos como la escritura, las ciencias, las matemáticas, la cartomancia, la magia, entre otras cosas. De forma similar, en el pueblo sumerio, se hablaba de la presencia de dioses llamados “Anunnaki”, que venían de otro planeta. Y en el libro de Enoch, se dice que fueron los ángeles caídos quienes nos dieron conocimientos como la magia, las ciencias y el uso del fuego, al igual que el mito griego de Prometeo. Como estos mitos existieron muchos más.
Más tarde en la novela, con el hombre ya en naves espaciales, después de la aparición del segundo monolito en la luna, y la probable activación de una alarma en el espacio, después de la trama paralela de HAL, y la revelación de la verdadera misión por la que la Discovery había sido enviada, el tema místico vuelve a aparecer. Si realmente existe inteligencia extraterrestre, como la aparición de dicho monolito hace pensar, ¿cómo serían aquellos seres?, ¿parecidos a nosotros? ¿con características físicas distintas? ¿más grandes, más chicos? ¿Contarían con un cuerpo tal y como lo conocemos, en primer lugar? Entre distintos puntos de vista que tendrían dentro de la comunidad científica, el autor menciona que los “más místicos” se inclinaban a pensar que estos seres no contarían con un cuerpo de carne y hueso, que estarían tan evolucionados que habrían llegado a prescindir de un cuerpo material y que, por el contrario, sólo serían mente liberada de la materia.
Tal vez, incluso no mente, sino espíritu. Es un hecho que el cerebro humano es sumamente complejo y, hoy en día, aún se desconoce mayormente cómo funciona. Este órgano es el responsable del funcionamiento de todo el cuerpo, pero también en él residen las emociones y los pensamientos, y muchas veces actúa de forma autónoma, como si se tratara de un ser aparte de nosotros mismos. En la neurociencia y neuropsicología se le da un sentido a lo anterior, mediante “capas” o niveles cerebrales. El cerebro es el órgano físico en el que se encuentra la mente, y en la mente están nuestros pensamientos, juicios, creencias y la consciencia. De esta forma, el cerebro sirve cómo un envase en el mundo físico; la mente es el conjunto de procesos cognitivos, y la conciencia es aquella que nos permite darnos cuenta de nuestra existencia y de las experiencias. Este último sería la forma más esencial del ser: sin juicios morales, sin miedos, sin prejuicios; un simple observador de la existencia, una parte más del universo entero.
Jacobo Grinberg fue un científico mexicano —quién desapareció misteriosamente en el 94— que dedicó su estudio a una vertiente mística de la neurociencia. En su obra, junta creencias religiosas como el cristianismo, el judaísmo y el budismo, así como la práctica chamánica en México, la física cuántica y la neurociencia. Uno de los temas que toca es precisamente la existencia de la consciencia y, aunque utiliza otros términos, la del espíritu. Sin embargo, el legado más importante de toda su investigación fue La Teoría Sintérgica, la cual tiene un gran parecido con una de las especulaciones de Clarke en Odisea espacial:
Le parecía hallarse flotando en el espacio libre, mientras en torno a él se extendía, en todas direcciones, un infinito enrejado geométrico de oscuras líneas de filamentos, (…) En una ocasión había escudriñado a través de un microscopio el corte transversal de un cerebro humano, y en su red de fibras nerviosas había vislumbrado la misma complejidad laberíntica... Pero aquello había estado
muerto y estático, mientras que esto trascendía la propia vida.(1)
Esta escena es de uno de los últimos capítulos del libro, en el que Bowman ha atravesado el universo a causa de los monolitos y despierta en una habitación aparentemente humana, que en realidad es sólo una imitación. En ella ha podido comer, bañarse y descansar; pero, al quedarse dormido, no vuelve a despertar, por lo menos no en la forma humana en la que yace tendido en la cama. Se menciona que tiene la sensación de estar suspendido en el espacio y describe una clase de red, un enrejado que va a todas direcciones, que, por cierto, le resulta muy parecido a las redes de las fibras de un cerebro.
Jacobo Grinberg decía en su teoría que el mundo físico es el resultado de la interacción de nuestro campo neuronal (producida por la actividad neuronal del cerebro) con una especie de enrejado o celosía, denominada por él como Lattice, la que sería (con base a la física cuántica) la estructura básica del espacio-tiempo; un enrejado, como en la descripción de Clarke (parecido a su vez a la teoría de las Super-Cuerdas). Además, Grinberg decía que el campo neuronal también es una red, como la Lattice, pero a escala.
(…) la propia organización del Cerebro Humano es un modelo de la Lattice. (…) Pero este modelo todavía no llega a ser idéntico (…) Únicamente cuando nos convirtamos en la Lattice misma, estaremos en posibilidad de percibir la Realidad tal y como existe y es en sí.(2)
Grinberg menciona, al igual que en la novela, esta similitud con el enrejado geométrico del espacio libre, y de la misma manera, tanto Clarke como él dicen que, a pesar de esa similitud, el cerebro humano no alcanza a llegar al nivel de trascendencia de esta red que lo abarca todo y que Bowman es capaz de ver solo ahora que es parte de ese mismo enrejado.
Por supuesto que todo esto son solo especulaciones de Clarke y de teorías científicas. No estamos ni cerca de encontrar una respuesta absoluta que explique nuestra existencia o la de todo el universo; tampoco de si existe inteligencia alienígena o Dios. Es muy probable que no nos toqué conocer “la verdad” si es que se llega a descubrir. Lo interesante es ver que la razón no tiene por qué matar a lo espiritual, ni viceversa; puede ser que, en realidad, se complementen entre sí. Hay que estar abiertos a la infinidad de posibles explicaciones sobre el misterio que es la vida… y tal vez, la ciencia sea más mística de lo que hemos creído.
Notas
Ensayo
María Fernanda CaSot, Alumna de Licenciatura en Literatura y Creación Literaria.




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